viernes, octubre 13, 2006

El Misterio de Abydos


Por Manuel Carballal

Abydos mantiene todo el sabor del Egipto faraónico. Hasta hace poco tiempo era complicado llegar allí, por encontrarse en el mayor foco de integrismo islámico de Egipto, sin embargo en la actualidad la mayoría de las mayoristas turísticas lo incluyen en sus recorridos. Aún así, la policía local sigue poniéndose nerviosa cuando algún extranjero decide quedarse a dormir en el pueblo. Si decides hacerlo el hotel Abydos, a pocos metros del templo, es casi la única opción. Merece la pena visitar el hotel, regentado por Horus, sobrenombre del protegido de Omm Seti, aunque solo sea para tomar un café e intentar entablar conversación con el director, y escuchar de sus labios la increíble historia de su mentora. Omm Seti, cuyo nombre real era Dorothy Louis Lady, es el mejor ejemplo de cómo una experiencia paranormal personal, puede terminar contribuyendo al bien de la ciencia para beneficio de todos.
La sorprendente Omm Seti

Dorothy nació en Blackheath (Londres), el 16 de enero de 1904. Con tres años de edad sufrió una aparatosa caída, que le produjo una experiencia de muerte clínica. O así al menos lo diagnosticó el médico que acudió en su auxilio a llamada de sus padres. Sin embargo, casi una hora después de haber firmado la defunción, y cuando el médico volvió al cuarto donde había dejado el cuerpo inerte de la pequeña, la descubrió viva y sonriente, y sin recuerdo del traumatismo craneoencefálico sufrido uno rato antes.

A partir de ese día la pequeña Dorothy comenzó a tener una serie de sueños recurrentes en los que aparecían paisajes, edificios y personas que no reconocía. Y no fue hasta una visita al Museo Británico, en compañía de sus padres, que descubrió el origen de aquellas pesadillas y visiones insistentes. Cuando entró en la sala egipcia del prestigioso museo, la niña se abalanzo sobre las estatuas faraónicas, abrazándolas y besándolas compulsivamente. Había descubierto que su futuro, y según ella su pasado, estaba en Egipto. Años después, una fotografía del templo de Abydos en la prensa británica terminó de encauzar su futuro. Aquella era la “casa” con la que soñaba una y otra vez.

A los 14 años los sueños con Abydos empezaron a prolongarse más allá de cuando estaba dormida, y empezó a afirmar que una especie de “espíritu” o yinn, llamado Hor-Ra se le aparecía dictándoles mensajes sobre el origen de la cultura egipcia. El Londres de los años veinte era un hervidero de mediums, gurús y esoteristas. Sir Arthur Conan Doyle escribía las aventuras del célebre Sherlock Holmes, mientras participaban en investigaciones sobre fotos de hadas o casas encantadas; la Sociedad de Investigaciones Psíquicas de Londres intentaba obtener el reconocimiento académico, y Aleister Crowley reivindicaba el satanismo como una filosofía licita. En ese caos de creencias a cual más pintoresca, Dorothy Louis aprendió a leer jeroglífico de la mano Sir Wallis Budge, conservador del Museo Británico, y se convirtió en una enérgica activista, comprometida con la lucha política por la independencia de Egipto. En 1933 llegó a este país, de donde ya no saldría más que en un par de fugaces ocasiones.

Durante veinte años trabajó como egiptóloga en la zona de El Cairo, allí se caso con Iman Abd El Megid y tuvo un hijo, bautizado como Seti. De ahí su sobrenombre Omm Seti, que significa madre de Seti en árabe. En 1952 pudo establecer su residencia definitiva en Abydos, donde se ganó el respeto de la comunidad científica, a pesar de los absurdos relatos que hacía sobre sus encuentros “astrales” con el mismísimo faraón Seti I.

Probablemente un neurólogo podría ubicar perfectamente el origen de las visiones de Dorothy en un trastorno del lóbulo temporal debido al traumatismo que sufrió a los tres años. Es posible. Y también es posible que ni Hor-Ra, ni sus encuentros “astrales” con Seti I haya existido más que en su imaginación. Sin embargo aquellas experiencias psíquicas alimentaron el entusiasmo de Omm Seti durante toda su vida. Y gracias a ese entusiasmo la egiptóloga británica más excéntrica de la historia, consiguió reconstruir totalmente el templo de Abydos, para el disfrute de todos los viajeros que llegamos a aquellas tierras, después de su muerte, el 21 de abril de 1981. Una vez más, las experiencias psíquicas de una visionaria contribuyen para el bien de la ciencia. Así de caprichoso es el destino.

Deduzco que la “investigación” que hicieron en Abydos mis colegas de la AAS fue superficial. Un estudio sobre la historia del templo mínimamente serio les habría llevado a Omm Seti, y si hubiesen conocido su obra sin duda la habrían reflejado en las páginas del Ancient Skies. Sobretodo porque, según publico Omm Seti en sus diarios, antes de morir, el mismísimo faraón Seti I le había explicado, en sus encuentros “astrales” el origen extraterrestre de la cultura egipcia. Sin embargo los colegas de Erich von Däniken se limitaron a fotografiar los extraordinarios grabados que aparecen en la primera sala hipóstila del templo, a unos 10 m. de altura, y a acompañarlos de algunos comentarios históricos sobre Abydos, un poco tendenciosos y evidentemente superficiales. No obstante, me puedo imaginar la cara de los colegas de la AAS al encontrarse, en medio de un grupo de jeroglífos del Egipto faraónico, con la representación perfecta de un helicóptero, un tanque, un avión y un submarino (un helicóptero, un tanque y dos aviones según otra versión).

Supongo que todos los suscriptores de Ancient Skies sintieron en mismo latigazo de entusiasmo que yo al contemplar aquellas fotografías. ¿Sería esa la prueba tan ansiada de que realmente existieron unos “dioses” foráneos a la humanidad en un pasado remoto? ¿O se trataría acaso del legado de una civilización desaparecida, como la Atlantida o Lemuria? Solo se me ocurre otro enigma del pasado que resulte igual de evidente, recogido también por el Ancient Skies: las pisturas rupestres de Fergana (antígua URSS) que muestran a un platillo volante y a un astronauta, con igual nitidez inequívoca que los jeroflígos de Abydos. Si una imagen vale más que mil palabras, las fotos de Abydos y Fergana en Ancient Skyes eran sendas enciclopedias. Nadie podía quedarse impasible ante esas evidencias. Yo al menos no. Por eso me propuse averiguar si ambas “pruebas” eran lo que parecían.

Confieso que me sentía tan emocionado como un niño cuando atravesé el primer patio, la terraza, el segundo patio y el pórtico del templo de Seti I, para llegar a la sala hipóstila. Y allí estaba. En lo alto, como si los escultores de aquellas imágenes hubiesen querido subrayar el desplazamiento aéreo de aquellos artefactos mecánicos, ubicándolos casi en el techo. Contundentes, indiscutibles, incuestionables. Jamás había visto una representación tan exacta de un objeto fuero de su tiempo. De alguna manera los constructores del templo de Abydos habían grabado en los jeroglífos la imagen de máquinas modernas. Sin embargo, había algo que no encajaba. ¿Cómo es posible Omm Seti no hubiese visto aquellas pruebas irrefutables de la presencia extraterrestre en el templo? Si la mayor especialista del mundo en el templo de Abydos, una egiptóloga con cincuenta años de experiencia en Egipto, veinte de ellos en ese templo, que además era creyente en lo paranormal, e incluso había afirmado que el mismísimo Seti I se le aparecía en visiones para hablarle del origen extraterrestre de la dinastía egipcia… ¿Por qué no mencionaba ni una palabra del tanque, el helicóptero, el submarino y el avión que posaban descaradamente ante el objetivo de mi cámara en ese momento? ¿Qué razón podía tener Omm Seti para ocultar aquella evidencia irrefutable, que avalaría sus propias afirmaciones sobre sus contactos con el espíritu del faraón? No, algo no encajaba. No tiene sentido que Omm Seti no mencione este descubrimiento en sus diarios. Ni que sus biógrafos, como Jonathan Cott, autor de “La reencarnación de Omm Seti”, tampoco lo hagan…

La altitud a que se encuentran esos grabados hacía imposible que realizase un calco de los jeroglífos, lo que me habría permitido analizarlos con mucha más fiabilidad, y resolver el enigma mucho antes. Así que me contenté con tomar fotos desde todos los ángulos posibles, grabarlos en video con distintos filtros, y contextualizarlos en el interior del templo. Tiempo habría de analizarlos con más detenimiento en compañía de egiptólogos amigos.

El templo de Abydos ofrece muchos más elementos interesantes para el visitante, como la lista de todos los faraones que precedieron a Seti I y a su hijo Ramses, en el gobierno de Egipto (todos, menos los considerados ilícitos monarcas, como la reina Hatshepsut); las habitaciones fantasma, cuya utilizad sigue desconcertando a los egiptólogos; o el interesante Osirión. Este cenotafio de piedra maziza, construído para el dios Osiris, se encuentra a 12 metros por debajo del nivel del templo y presenta una serie de interrogantes sobre su datación, francamente embarazosos para los egiptólogos. Aunque eso es algo bastante frecuente en las antigüedades faraónicas. Ese Osirión era uno de los lugares favoritos de Omm Seti, entre otras muchas razones porque en la sala del sarcófago aparecen representados los akhu o “cuerpos glorificados”, que un esoterista llamaría “cuerpos astrales”, abandonando el cuerpo físico. La egiptóloga afirmaba que así era como ella se reunía con su amado Seti I. Tarde algunas semanas en encontrar la explicación a las “maquinas de Abydos”, y ocurrió en Luxor.

Encuentro en Luxor

Por esas extrañas coincidencias del destino, y porque en el fondo algunos lugares como el Museo Egipcio de Antigüedades de El Cairo, la meseta de Giza, o las librerias de Luxor son de visita obligada para arqueólogos, antropólogos, astroarqueólogos, piramidologos, y demás estudiosos del pasado, ortodoxos o heterodoxos, me encontraría con varios de ellos en nuestros respectivos viajes a Egipto. Y siempre es un placer coincidir con mi admirado José Miguel Parra o Ignacio Ares, en cualquier parte del mundo. Pero si es en Egipto, más.

Ambos pertenecen a la escuela egiptológica más “oficial” y académica. Y ambos conocen a la perfección la cultura faraónica. ¿Quién mejor que ellos para consultar las dudas que me angustiaban sobre la presencia de maquinas modernas en los jeroglífos egipcios? ¿Podrían los historiadores y egiptólogos “oficiales” darme una alternativa razonable a la hipótesis de la AAS para explicar que hace un helicóptero, un tanque, un avión y un submarino en el templo de Abydos? Y lo hicieron.

Pacientemente, Ignacio Ares me explicó como Ramses II, un faraón casi tan fecundo en la construcción de templos como en la procreación de descendencia, tenía la costumbre, como otros antes y después que él, de “apropiarse” de templos y monumentos construidos por sus predecesores. Para ello, lo que hacía era tapar el cartucho del faraón constructor del templo con un parche de argamasa, y sobre ese “parche” colocaba el cartucho con su nombre. Pues bien, según Ares, si superponemos los caracteres jeroglíficos del cartucho de Seti I con el de Ramses II, surgen esas formas caprichosas que, solo a ojos de un occidental contemporáneo, no familiarizado con la escritura jeroglífica, podrían parecer maquinas modernas. Fin del misterio.

La explicación parecía razonable, además no tenía ninguna razón para pensar que Ares, Parra, o cualquiera de mis amigos, arqueólogos, historiadores, egiptólogos, etc, me mintiesen. Sin embargo, como repite una y otra vez Grissom, el ficticio entomólogo criminalista de los CSI, los humanos se equivocan, las pruebas no. Así que intenté hacer un pequeño experimento para comprobar si la teoría de la superposición de cartuchos podía explicar realmente aquellos inquietantes jeroglífos. Se que parecerá un experimento absurdo y precipitado, pero a mi me sirvió para aplacar totalmente mis dudas. Compre un DVD en la misma tienda del hotel, que por cierto era un documental sobre los misterios de Egipto presentado por Omar Sharif, y le arranqué la parte de plástico transparente de la portada. A continuación, y tan toscamente como implica utilizar un cuchillo en lugar de unas tijeras, corté aquel plástico transparente en dos mitades iguales. Sobre una dibujé el cartucho jeroglífico de Seti I, amante sobrenatural de Omm Seti y constructor original de Abydos. En el otro dibujé el cartucho del usurpador Ramses II. Cuando coloqué una de las láminas de plástico sobre la otra, el resultado no podía ser más contundente. Ante mí aparecían milagrosamente el helicóptero, el tanque y las demás “máquinas modernas”.

Una extraordinaria coincidencia, un capricho del azar, una mala interpretación. Todo eso y mucho más. Pero una nueva clave. Porque a lo largo de mi viaje me encontraría una y otra vez con fenómenos similares. Supuestas pruebas irrefutables de la presencia de los “dioses” en el pasado de la humanidad, que fueron reinterpretadas por investigadores tan bienintencionados como yo, pero tan ignorantes a la vez del contexto donde se dieron. El contexto es vital. Y al final, por desgracia o por suerte, en la inmensa mayoría de los casos, las supuestas evidencias de los “dioses” se limitan a un conjunto de anécdotas, sacadas de contexto, recopiladas por coleccionistas de excepciones. Y un grupo de excepciones, no formula una regla.

Omm Seti no lo era. Omm Seti conocía la escritura jeroglífica tan bien como la literatura inglesa, y también conocía perfectamente la historia de Seti I y de su hijo Ramses II, y la afición de este a implantar su cartucho encima del de sus predecesores. Por eso Omm Seti, que escribió cosas mucho mas increíbles que Erich von Däniken y que también creía en la intervención de dioses extraterrestres en el pasado de Egipto, jamás vio un helicóptero, un tanque ni dos aviones en el templo de Abydos. Ella vería lo que realmente existía: dos cartuchos faraónicos superpuestos. Seamos sinceros ¿a cuantos supuestos misterios del pasado podríamos aplicar este mismo razonamiento?

Puede sorprender al lector, pero esa noche dormí más tranquilo. Es cierto que, como ex -creyente, me encantaría descubrir pruebas objetivas e irrefutables de la existencia de Dios o de los “dioses”. Me entusiasmaría poder descubrir evidencias incuestionables de la existencia del alma, de lo sobrenatural o de la vida más allá de la muerte, pero juro solemnemente que me gusta todavía más descubrir la verdad que se oculta tras un misterio y resolverlo. Sea cual sea. Estimulante o decepcionante, sensacional u ordinaria, revolucionaria o convencional. Prometo que me siento igual de capacitado para aceptar que civilizaciones no humanas influyeron en el origen de las culturas antiguas, como para asumir que somos los únicos habitantes del universo; me siento igual de dispuesto a creer que hay uno o varios seres superiores que crearon el mundo y a todos los seres vivos, como que Dios es solo una muleta espiritual para consuelo de nuestras conciencias; puedo encajar con la misma resignación que tras la muerte física la conciencia humana sigue existiendo, como que no hay ningún más allá... Pero necesito pruebas. O al menos argumentos lo suficientemente lógicos y razonables para convencerme. Por eso aquella noche taché de mi lista de misterios pendientes a las “maquinas” del templo de Abydos, y dormí un poco mejor. Aunque aún estaba por resolver el misterio de las “bombillas” de Dendera…
(Fragmento del libro: "El Secreto de los Dioses". Martinez Roca, 2005)